martes, abril 08, 2008

Andrés Palma: Reflexión diez años después.

El 9 de abril de 1998 fue día jueves y correspondió a la Semana Santa en la celebración del calendario católico que se sigue en Chile. Ese Jueves Santo de 1998 la atención de Chile estaba centrada en la Sala de la Cámara de Diputados, en Valparaíso, donde se votaba la Acusación Constitucional al General Augusto Pinochet.

Fue un día tenso para todos los que sentíamos que algo pasaría en nuestras vidas y en las vidas de los chilenos según lo que allí aconteciera. Algunos inclusive teníamos la impresión que ese día sería un día histórico para nuestro país. Diez años después casi nadie lo recuerda.



Cuando decidimos acusar constitucionalmente a Pinochet, lo hicimos seguros que era un acto simbólico, pero sabedores que los actos simbólicos, como las liturgias, dan sentido a las cosas, y que las formas o el cómo son lo que da sentido a las vidas. Digo simbólico por dos razones. La primera era que la Acusación sería derrotada en el Senado en el que los partidarios incondicionales de Pinochet eran mayoría dada la presencia de los senadores designados y de la derecha. La segunda porque constituía la única oportunidad, sabedores de antemano del resultado final de dicho proceso, de someter a Pinochet a un proceso en el que se le juzgara políticamente de forma institucional por actores democráticos o representantes populares.

La preparación de la Acusación no fue fácil. Por una parte, desde el punto de vista formal, las limitantes legales obligaban a juzgarlo por su desempeño desde el 11 de marzo de 1990, lo que excluía un juicio por su dictadura y sus violaciones a los derechos humanos y a la institucionalidad. Por otra parte, desde el Gobierno y desde la conducción de la Democracia Cristiana se cuestionaba tanto el derecho de los Diputados a presentar la Acusación como la legitimidad política de la misma. Sin embargo hubo muchas personas, incluidas importantes autoridades en materia constitucional, que colaboraron en la preparación jurídica de la presentación, en tanto que el debate en la Democracia Cristiana se zanjó con una resolución del Consejo Nacional que estableció que los Diputados tenían libertad para una presentación de este tipo, derrotando la posición del Gobierno y de la Directiva.

Todas las dificultades se superaron con la decisión de avanzar en un acto que consideramos digno. Éramos representantes de la ciudadanía y teníamos derecho, y creíamos que fundamentos legales y políticos, a someter a Pinochet a un juicio político o constitucional. Era nuestra responsabilidad que no fuera la historia la que juzgara a quien había mancillado de forma tan grave nuestra historia, sino los representantes de la ciudadanía. Sentimos que en juego estaba la dignidad de los representantes ciudadanos.

Por cierto el resultado no fue el que esperábamos. Los representantes de la ciudadanía rechazaron la Acusación constituyendo una mayoría que me resulta inexplicable aún hoy, y más hoy después de tantas verdades que se supieron con posterioridad.



Después vino otra historia, y lo que esperábamos fuera un acto trascendental, quedó en el olvido de los medios, pero no de las personas. En las personas quedó grabado con distintos sabores, para unos fue una fiesta, para otros una pena, para Manuel Bustos fue una traición de algunos. Tal vez un día los medios recuperen este gesto de dignidad, el único que representantes democráticos emprendieron para realizar un juicio político sobre el General Pinochet, y se escriba algo de la historia de las personas en relación a ese día. Pero la historia oficial fue por otros rumbos.

Yo tengo una interpretació n de esa otra historia. Por una parte no convenía que los gestos de dignidad se multiplicaran, pero por otra, la soberbia derrotó a Pinochet. Si los representantes democráticos, incluidos algunos a los que él mismo había afectado con sus comportamientos, le liberaban de responsabilidades políticas e institucionales por su desempeño en esos años, entonces era que por fin se le comprendía, era libre y podía hacer lo que le placiera. Por eso viajó a Londres a buscar un dinero mal habido y quiso ir de visita a Paris… lo que siguió quedó en la historia del fin del siglo.



Los Jueves Santo del calendario católico tienen un contenido ambiguo. Por una parte se celebra la institución del sacerdocio ministerial y de la Eucaristía, que a los creyentes nos mantiene en la Vida; y por otra se conmemora la transfiguració n de Jesús en el monte y luego su detención y traición por quienes más Él quería.

El 9 de abril de 1998 fue, para muchos, una verdadera liturgia de Jueves Santo.



El señor PALMA (don Andrés).- Señor Presidente, creo que éste es un día del cual todos nos vamos a felicitar. No es raro que se hayan vertido expresiones tan contradictorias. El Diputado señor Espina defendiendo al ex Presidente Aylwin y al Presidente Frei; ojalá lo haga con el proyecto de ley de plebiscito. El Diputado Ignacio Walker contradiciéndose con sus camaradas acusadores. Mucha aclamación; gente en las tribunas, que tiene en el pecho el rostro de sus familiares desaparecidos, y otros, el rostro del que los hizo desaparecer.



-Manifestaciones en la Sala y en las tribunas.



El señor PALMA (don Andrés).- Éste es el Chile de hoy, el Chile que estamos viviendo y que hemos construido entre todos. Es el Chile de la transición, que empieza a vivir, aunque algunos se sorprendan y no lo crean, una cierta normalidad democrática. Y la empieza a vivir, entre otras razones, y no es menor, porque Pinochet, aunque esté en el Senado en un cargo vitalicio, ha dejado de tener poder real sobre esta sociedad. Y eso, a todos -a los de allá, a los de acá y a los de las tribunas- nos hace más libres.

No hay dos Pinochet, como dijo Ignacio Walker. Hay uno solo. Lo nombró el Presidente Allende, y lo traicionó; lo dejó
Carlos Prats en su cargo, como hombre de confianza, pero lo mandó a asesinar, y constituyó una Junta de Gobierno, invitado por Merino y por Leigh, y todos sabemos lo que pasó después. Ninguno de estos hechos los podemos juzgar; tampoco es posible reflexionar sobre los mismos, porque estamos impedidos por una ley que nos dejó Pinochet.

Después, este mismo Pinochet -querida Diputada Pía Guzmán- no se fue porque renunció, sino porque perdió un plebiscito en el cual se impuso como candidato. Tampoco dejó la comandancia en jefe el 10 de marzo por estimar que había cumplido una etapa; la dejó porque la Constitución lo mandaba. Es decir, nunca tuvo un acto de renunciamiento, un acto voluntario ni de reencuentro. Este señor ha sido un actor fundamental en nuestro proceso de transición. De eso, no cabe ninguna duda.

En esta Sala se ha hablado del “ejercicio de enlace”, del “boinazo”, del encarcelamiento del asesino Contreras y de la ofensa a los alemanes. Incluso la Derecha nos ha dicho que fueron actos imprudentes, anormales, irregulares e inconvenientes, pero dentro del marco reglamentario. ¿Cuál es la realidad de todo esto? El Diputado señor Alberto Espina se pregunta: ¿dónde está la responsabilidad de las autoridades? Las autoridades que gobernaron el país no quedaron en silencio ante estos hechos. Primero, forzaron un cambio de actitud en el Ejército, por lo cual terminaron el “boinazo” y el “ejercicio de enlace”; obligaron a que cumplieran con la ley, y por eso Contreras está en Punta Peuco; exigieron disculpas para los alemanes, y las relaciones con Alemania no se deterioraron. Por lo demás, así quedó claramente establecido en las versiones de las sesiones de la Comisión Acusadora. Entonces, si los hechos se resolvieron, fue por la acción del Gobierno, por Aylwin, por Frei, por Krauss, por Rojas, por Pérez y por Correa, y no por Pinochet, sino pese a Pinochet, porque él provocaba los hechos y generaba las amenazas no sólo por temas institucionales. ¡Qué vergüenza!

Me avergüenza que los diputados de Derecha defiendan a Pinochet por los “pinocheques”. Si lo defendieran por la obra de la cual participaron, muy bien; los comprendería. El “ejercicio de enlace” y el “boinazo” -lo señalaron Aylwin, Correa, Pérez, Rojas y Krauss- fueron por los “pinocheques”. Por los intereses particulares de su hijo, se hace un “ejercicio de enlace” y se acuartela al Ejército en grado uno. Así lo confirman los recortes de prensa que ha mostrado la Diputada señora Pollarolo. Se realizan no por un motivo de interés nacional, no por el país ni por el Ejército, sino
-cito al Diputado señor Ignacio Walker que decía que no hubo violación explícita y formal de la legalidad, los resquicios legales por los cuales, según él, dio el golpe de Estado- ¡por su hijo!, ¡por los robos de su hijo! Y eso es una vergüenza. Todos los que estamos en esta Sala debiéramos reconocerlo.

Pero hay hechos mucho más graves que ésos. Aquí se podrá decir qué es una palabra para el honor de una Nación. Bien citó
Ignacio Walker la intervención del subsecretario Mariano Fernández; pero bajo esa premisa, querido Diputado Ignacio, nunca nadie podría afectar la honra de Chile, porque la honra de esta Nación es muy grande y Pinochet es pequeño para ella. Pero sí se ve afectada, porque todos nosotros, y estoy seguro de que también Julio Dittborn, Juan Antonio Coloma, Baldo Prokurica, Carlos Ignacio Kuschel, cuando un general de Ejército o el comandante en jefe del Ejército dice, con sorna, como quedó acreditado: “Es que los enterrábamos de a dos por economía”.



El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg (Presidente).- Resta un minuto a su Señoría.



El señor PALMA (don Andrés).- Cuando se habla de los derechos humanos consagrados en el artículo 5º de la Constitución, ¿qué son? Si decimos que aquí no ha pasado nada, que todos estos dichos son intrascendentes, estamos afectando el honor y la moral de nuestro país.

En otro contexto, una vez cité en esta Sala al filósofo chileno Eduardo Devés. Él dijo hace un tiempo: “Y espero que una vez que el dictador ya no esté no nos dediquemos a ocultarlo, a decir que no existió, que aquí no ha pasado nada y que todo comienza de nuevo. No, lo primero -y yo me voy a comprometer a ello- es levantarle una estatua en un lugar importante, para que no se nos olvide ni nos dé por sepultarlo en el fondo de nuestras conciencias, como algo que pasó sin dejar huellas, como algo casual y sin importancia.

“Levantadle una estatua colectiva a la que contribuyan diversos escultores,...



El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg (Presidente).- Señor diputado, se ha cumplido su tiempo.



El señor PALMA (don Andrés).- ...de los que estuvieron contra él, de los que fueron más o menos indiferentes,...



-Hablan varios señores diputados a la vez.



El señor MARTÍNEZ, don Gutenberg (Presidente).- Señor diputado, ha terminado su tiempo.



El señor PALMA (don Andrés).- Termino, señor Presidente -los demás podrán leer este artículo-, con una sola frase: por esta sesión, mañana todos nosotros seremos más libres.

He dicho.



-Aplausos y manifestaciones en las tribunas.