"Let us resist the temptation to fall back on the same partisanship and
pettiness and immaturity that has poisoned our politics for so long."
Barack Hussein Obama, 44th Presidente of the US.
Compañeros y compañeras,
Es connatural al socialismo mostrar disconformidad con la realidad política y social. Tenemos cierta tendencia a ver la mitad vacía del vaso y a veces el pesimismo parece embargarnos. A partir de este análisis subjetivo podemos tomar dos actitudes una es defender las ideas y los proyectos al interior del grupo humano o institución -en este caso orgánica partidista- con el objeto de ganar el respaldo mayoritario de los compañeros y compañeras. Y otra opción también legítima es la de retirarse de la colectividad de la que se formaba parte y construir una alternativa distinta o integrarse a otra institución política.
El ex compañero Alejandro Navarro ha tomado la segunda opción luego de que sus posturas en el debate interno de nuestro partido no suscitaran el apoyo que él hubiera esperado. El problema de la legitimidad se presenta cuando un militante desempeña un cargo de representación popular no sólo como militante de un partido político sino también como miembro de una coalición. Ninguna persona en su calidad de representante electo puede arrogarse en forma meramente personal la votación por la cual fue electo. Más allá del deseo de los asesores legales de la dictadura y el sistema electoral que aun prevalece en Chile los ciudadanos en particular los concertacionistas deciden su voto por la militancia del candidato y los apoyos políticos que sustentan su candidatura. Lo quiera o no el senador Navarro su última decisión y varias de sus actitudes no sólo le perjudicarán a él al embarcarse en su aventura política sino que de paso ha dañado la imagen de nuestro de partido y ha sido un nuevo golpe al gobierno de nuestra presidenta. Habría que preguntarse entonces cuanto de ese respaldo ciudadano aun prevalece respecto del ex compañero Navarro en su circunscripción de la VIIIª región. Porque salvo situaciones extremas es de estimar que el debate político debe darse al interior de las instituciones y no fuera de ellas, atacadas en forma sistemática por los poderes fácticos conservadores que desconfían de la democracia y hacen lo posible por debilitarla dificultando cualquier avance social.
Nuestro partido ha sufrido a lo largo de sus 75 años de historia varias escisiones algunas de ellas muy atendibles como sucedió al respaldar la ley de defensa permanente de la democracia o respecto al gobierno de Ibañez. Sin embargo, es siempre necesario reflexionar y desarrollar una perspectiva histórica y de responsabilidad política. El PS es percibido actualmente -más allá de los números que muestran un cierto estancamiento electoral- como el partido eje de la coalición que da sustento político al gobierno de la presidenta Bachelet. Una Concertación que pese a sus variados errores ha sido reconocida nacional e internacionalmente como la más exitosa experiencia progresista en nuestro país desde el Frente Popular. Si no hubiera sido así el pueblo de Chile hace tiempo le habría retirado su confianza ratificada por las urnas una y otra vez desde 1989 hasta el pasado 26 de octubre. Sin duda, hay muchos desafíos pendientes institucionales y económicos que no son menores y que no pocas oportunidades en estos años han sido desperdiciadas. Pero lo que no podemos hacer hoy es seguir enfrascados en pequeñas querellas intestinas que tienen más elementos personales que políticos y que deterioran aun más la imagen de nuestro partido y del sistema democrático en su conjunto.
La última elección en que nuestra coalición sufrió su primera derrota electoral constituye un llamado de atención respecto a aquellos que se inclinan por los liderazgos mesiánicos, los proyectos personalistas, los que defienden pequeñas parcelas de poder y aquellos que privilegian intereses privados por sobre los intereses públicos llamados a cautelar. A aquellos que llegan a la política a servirse y no a servir y que hacen un flaco favor a nuestra democracia. Aquellos quitacolumnistas que actúan consciente o insconscientemente en favor de las fuerzas conservadoras que esperan desde 1990 recuperar el gobierno para desmantelar los avances alcanzados en estos años. Debemos terminar entonces con la discusión pequeña carente de perspectiva histórica y abordar los desafíos que se nos presentan como socialistas.
Hoy tenemos la oportunidad única de formular a la ciudadanía un programa de gobierno potente que tenga como eje central la elaboración de una nueva institucionalidad política formulada en una nueva carta fundamental que termine con las restricciones que hacen imposible cualquier modificación al modelo económico, que limita la participación ciudadana en la política y que adolece desde sus orígenes de ilegitimidad democrática. Debemos convocar a los cientos de miles de jóvenes que permanecen al margen del sistema político y que tal como lo ha demostrado la reciente elección en Estados Unidos pueden ser un importante factor de cambio. Muchos de ellos pese a no participar en las elecciones poseen opiniones políticas progresistas y su apoyo puede resultar fundamental para realizar las reformas políticas y económicas que debemos promover. Para ello nuestra coalición debe ser capaz de renovar sus liderazgos y abrir los espacios para que más jóvenes asuman responsabilidades al interior de nuestros partidos y en un futuro gobierno. Pero además nuestra coalición no podrá enfrentar los próximos desafíos electorales sin convocar a la gran mayoría del espectro político en particular de la izquierda extraparlamentaria con el fin de terminar de una vez con un sistema electoral excluyente que impide un debate político representativo de la diversidad política chilena y que ahoga poco a poco nuestra democracia imponiendo barreras a la participación como la obligatoriedad del voto que algunos aun defienden.
Finalmente, quisiera subrayar el importante grado de responsabilidad que recae sobre nuestro partido tanto en el éxito de la gestión de nuestra compañera presidenta como en la candidatura única que esperamos uno de los nuestros amerite y que sea capaz de encarnar las ansias insatisfechas de cambio y justicia social de las grandes mayorías que el partido de Salvador Allende está llamado a representar.
Fraternalmente,
Marcelo Salgado Núñez
Tribunal Nacional de Disciplina JS
viernes, noviembre 07, 2008
jueves, noviembre 06, 2008
Sí, podemos: Reflexión ante los desafíos políticos del 2009.
A pocas horas de ser testigo del triunfo electoral de quién será el primer presidente afroamericano en la historia de los Estados Unidos no puedo dejar de reflexionar sobre el proceso electoral que culminó en el pasado martes 4 de noviembre.
Barack Hussein Obama fue electo como el 44º presidente de la unión americana luego de la campaña más costosa en la historia y posterior a una dura contienda electoral para ganar la convención del Partido Demócrata frente a la senadora por Nueva York Hillary Rodham Clinton. Muchos creímos en esos primeros momentos que era más fácil en Estados Unidos que una mujer llegara a la presidencia que un afroamericano conociendo la larga historia de discriminación hacia la minoría negra en Estados Unidos. Sin embargo, se sabía ya el alto grado de rechazo que tenía Hillary Clinton desde sus años como primera dama(1992-2000) y el publicitado fracaso político de su reforma a la salud durante el gobierno de su marido. Así se fue generando una imagen pública de mujer fría y calculadora aunque inteligente.
Pero los norteamericanos buscaban algo distinto. Luego de 8 años de una de las peores administraciones en la historia moderna de los Estados Unidos -cuyos alcances aun no conocemos a cabalidad- se fueron manifestando por un cambio en el esquema político dominado por dos o tres familias: Por los republicanos los Bush y por el demócrata los Clinton y los Kennedy. Al mismo tiempo los liberals fueron capaces de percibir que si querían derrotar a los republicanos necesitaban un candidato capaz de convocar a las mayorías suficientes para romper las barreras políticas, religiosas y sociales que dividen a la sociedad estadounidense. Probablemente la senadora Clinton habría sido incapaz de ello, al aproximarse demasiado a la imagen percibida en gran parte de Estados Unidos como un representante más de los liberales demócratas de la costa este que no han hecho nada más que dedicar una vida -en general acomodada- a la política transformándose en una especie de apparatchik. Esa es la imagen que proyectaba un candidato como John Kerry el 2004.
Desde hace algunos años se sabe que para ser presidente de los EE.UU. se necesita conquistar votos más allá de los estados tradicionalmente alineados con uno y otro partido. La senadora Clinton tengo la impresión era muy capaz de conquistar el voto tradicional demócratas y parte importante de la clase trabajadora blanca muy afectada por la crisis económica. Sin embargo, sólo con ese apoyo no se habría ganado a un candidato tan rupturista como Mc Cain quien ha actuado desde el Senado en forma muy independiente y bastante crítico de la gestión Bush. Si al mismo tiempo hubiera buscado como compañero de fórmula a alguien más preparado que la governadora Palin probablemente estaríamos ante un nuevo triunfo republicano.
Pero el sistema electoral norteamericano impone esta especie de maratón a los precandidatos de cada partido y la campaña de Obama fue particularmente efectiva y llena de creatividad. No se puede tampoco menospreciar sus características personales que le permitieron ganar un escaño en el Senado por un estado complejo como Illinois -diversidad racial, económica y la dicotomía urbano/rural- las que incluyen una poderosa retórica y aguda capacidad de análisis. Los demócratas fueron entonces capaces de percibir que sólo un candidato tan sui generis como el senador afroamericano dotado de un discurso catalogado como post-ideológico, convocante, unitario e idealista -con claras referencias a Martin Luther King Jr. y a John F. Kennedy- era el único candidato en competencia capaz de derrotar al candidato republicano y darle un giro a la política. Obama se apropió del término Cambio y le dotó del contenido progresista que ofrecía esperanza a las grandes mayorías de americanos y en particular a los jóvenes que en un 70% le entregaron su voto.
En Chile guardando las proporciones y considerando por supuesto las diferencias socio-culturales con los Estados Unidos no podemos pasar por alto estas lecciones. El 2009 no tendremos oportunidad de derrotar a la derecha si no se produce un proceso de renovación al interior de nuestros partidos. Si no somos capaces de alcanzar un programa común y una candidatura común de la Concertación que movilice a los chilenos tal como lo hizo Obama nos encaminamos a una derrota segura.
Debemos formular una campaña electoral capaz de abrir los espacios y renovar los liderazgos. Necesitamos reflexionar sobre los desafíos que enfrentamos hacia la construcción de un estado social y democrático de derecho en el marco de una nueva institucionalidad política y las reformas económicas que nos permitan avanzar a una fase de desarrollo. Junto con ello es necesario presentar una candidatura presidencial capaz no solo de derrotar al candidato-empresario, sino también de convocar a la juventud y a las grandes mayorías de chilenos -más allá de la Concertación- que desean un nuevo modelo de desarrollo. Es muy difícil que este cambio cada vez más imperioso sea representado por quienes ya han desempeñado la primera magistratura del país. Se requiere de nuevos rostros y equipos que debieran ser escogidos en la multiplicidad de talentos que existen dentro y fuera de los partidos progresistas.
No me cabe duda que en nuestras filas existen centenares de hombres y mujeres con vocación de servicio público efectivamente comprometidos con el proyecto de construir este nuevo Chile. Un país con mayores grados de justicia social, protección efectiva al medioambiente, respeto y promoción de los derechos fundamentales, educación de calidad a partir de lo público y mejores estándares de salud. Necesitamos un nuevo régimen político menos presidencialista y un sistema electoral más representativo de la diversidad política existente. Requerimos un New Deal, un nuevo pacto social entre estado, trabajadores y empresarios que permita adecuar el modelo de desarrollo a los nuevos desafíos económicos y en que los ingresos sean mejor distribuidos. Esto requiere necesariamente un estado más poderoso, capaz de responder a las demandas ascendentes en el plano de la seguridad social, una regulación más eficaz de los servicios, mayor inversión en investigación e innovación, carga fiscal progresiva y uso más eficiente de los recursos públicos. Junto con ello debemos promover la organización de los trabajadores y el respeto a sus derechos.
Si no somos capaces de comenzar a movilizar las voluntades de los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país, en particular de los jóvenes, para modificar un sistema político cada vez más ajeno y desprestigiado y un modelo de desarrollo que nos conduce a una grave crisis social fruto de las escandalosas desigualdades. Si no podemos reavivar las fuerzas de progreso hoy por hoy adormecidas - no sólo para evitar la llegada de la derecha al ejecutivo por la vía democrática- tal vez habremos malgastado la oportunidad única para hacer de nuestro país un país más justo, próspero y libre para las nuevas generaciones.
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