jueves, noviembre 06, 2008
Sí, podemos: Reflexión ante los desafíos políticos del 2009.
A pocas horas de ser testigo del triunfo electoral de quién será el primer presidente afroamericano en la historia de los Estados Unidos no puedo dejar de reflexionar sobre el proceso electoral que culminó en el pasado martes 4 de noviembre.
Barack Hussein Obama fue electo como el 44º presidente de la unión americana luego de la campaña más costosa en la historia y posterior a una dura contienda electoral para ganar la convención del Partido Demócrata frente a la senadora por Nueva York Hillary Rodham Clinton. Muchos creímos en esos primeros momentos que era más fácil en Estados Unidos que una mujer llegara a la presidencia que un afroamericano conociendo la larga historia de discriminación hacia la minoría negra en Estados Unidos. Sin embargo, se sabía ya el alto grado de rechazo que tenía Hillary Clinton desde sus años como primera dama(1992-2000) y el publicitado fracaso político de su reforma a la salud durante el gobierno de su marido. Así se fue generando una imagen pública de mujer fría y calculadora aunque inteligente.
Pero los norteamericanos buscaban algo distinto. Luego de 8 años de una de las peores administraciones en la historia moderna de los Estados Unidos -cuyos alcances aun no conocemos a cabalidad- se fueron manifestando por un cambio en el esquema político dominado por dos o tres familias: Por los republicanos los Bush y por el demócrata los Clinton y los Kennedy. Al mismo tiempo los liberals fueron capaces de percibir que si querían derrotar a los republicanos necesitaban un candidato capaz de convocar a las mayorías suficientes para romper las barreras políticas, religiosas y sociales que dividen a la sociedad estadounidense. Probablemente la senadora Clinton habría sido incapaz de ello, al aproximarse demasiado a la imagen percibida en gran parte de Estados Unidos como un representante más de los liberales demócratas de la costa este que no han hecho nada más que dedicar una vida -en general acomodada- a la política transformándose en una especie de apparatchik. Esa es la imagen que proyectaba un candidato como John Kerry el 2004.
Desde hace algunos años se sabe que para ser presidente de los EE.UU. se necesita conquistar votos más allá de los estados tradicionalmente alineados con uno y otro partido. La senadora Clinton tengo la impresión era muy capaz de conquistar el voto tradicional demócratas y parte importante de la clase trabajadora blanca muy afectada por la crisis económica. Sin embargo, sólo con ese apoyo no se habría ganado a un candidato tan rupturista como Mc Cain quien ha actuado desde el Senado en forma muy independiente y bastante crítico de la gestión Bush. Si al mismo tiempo hubiera buscado como compañero de fórmula a alguien más preparado que la governadora Palin probablemente estaríamos ante un nuevo triunfo republicano.
Pero el sistema electoral norteamericano impone esta especie de maratón a los precandidatos de cada partido y la campaña de Obama fue particularmente efectiva y llena de creatividad. No se puede tampoco menospreciar sus características personales que le permitieron ganar un escaño en el Senado por un estado complejo como Illinois -diversidad racial, económica y la dicotomía urbano/rural- las que incluyen una poderosa retórica y aguda capacidad de análisis. Los demócratas fueron entonces capaces de percibir que sólo un candidato tan sui generis como el senador afroamericano dotado de un discurso catalogado como post-ideológico, convocante, unitario e idealista -con claras referencias a Martin Luther King Jr. y a John F. Kennedy- era el único candidato en competencia capaz de derrotar al candidato republicano y darle un giro a la política. Obama se apropió del término Cambio y le dotó del contenido progresista que ofrecía esperanza a las grandes mayorías de americanos y en particular a los jóvenes que en un 70% le entregaron su voto.
En Chile guardando las proporciones y considerando por supuesto las diferencias socio-culturales con los Estados Unidos no podemos pasar por alto estas lecciones. El 2009 no tendremos oportunidad de derrotar a la derecha si no se produce un proceso de renovación al interior de nuestros partidos. Si no somos capaces de alcanzar un programa común y una candidatura común de la Concertación que movilice a los chilenos tal como lo hizo Obama nos encaminamos a una derrota segura.
Debemos formular una campaña electoral capaz de abrir los espacios y renovar los liderazgos. Necesitamos reflexionar sobre los desafíos que enfrentamos hacia la construcción de un estado social y democrático de derecho en el marco de una nueva institucionalidad política y las reformas económicas que nos permitan avanzar a una fase de desarrollo. Junto con ello es necesario presentar una candidatura presidencial capaz no solo de derrotar al candidato-empresario, sino también de convocar a la juventud y a las grandes mayorías de chilenos -más allá de la Concertación- que desean un nuevo modelo de desarrollo. Es muy difícil que este cambio cada vez más imperioso sea representado por quienes ya han desempeñado la primera magistratura del país. Se requiere de nuevos rostros y equipos que debieran ser escogidos en la multiplicidad de talentos que existen dentro y fuera de los partidos progresistas.
No me cabe duda que en nuestras filas existen centenares de hombres y mujeres con vocación de servicio público efectivamente comprometidos con el proyecto de construir este nuevo Chile. Un país con mayores grados de justicia social, protección efectiva al medioambiente, respeto y promoción de los derechos fundamentales, educación de calidad a partir de lo público y mejores estándares de salud. Necesitamos un nuevo régimen político menos presidencialista y un sistema electoral más representativo de la diversidad política existente. Requerimos un New Deal, un nuevo pacto social entre estado, trabajadores y empresarios que permita adecuar el modelo de desarrollo a los nuevos desafíos económicos y en que los ingresos sean mejor distribuidos. Esto requiere necesariamente un estado más poderoso, capaz de responder a las demandas ascendentes en el plano de la seguridad social, una regulación más eficaz de los servicios, mayor inversión en investigación e innovación, carga fiscal progresiva y uso más eficiente de los recursos públicos. Junto con ello debemos promover la organización de los trabajadores y el respeto a sus derechos.
Si no somos capaces de comenzar a movilizar las voluntades de los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país, en particular de los jóvenes, para modificar un sistema político cada vez más ajeno y desprestigiado y un modelo de desarrollo que nos conduce a una grave crisis social fruto de las escandalosas desigualdades. Si no podemos reavivar las fuerzas de progreso hoy por hoy adormecidas - no sólo para evitar la llegada de la derecha al ejecutivo por la vía democrática- tal vez habremos malgastado la oportunidad única para hacer de nuestro país un país más justo, próspero y libre para las nuevas generaciones.
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