Este domingo los ciudadanos chilenos concurrirán a ejercer su derecho a voto en la segunda vuelta de la quinta elección presidencial desde el regreso a la democracia. Hace casi exactamente veinte años los chilenos votaban masivamente para elegir al democristiano Patricio Aylwin siguiendo el itinerario establecido en la Constitución de la dictadura a partir de la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988. Los electores optaron así por el candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia una gran coalición de centro-izquierda que agrupaba entonces a 16 partidos representantes de la mayoría de las sensibilidades y movimientos que lucharon contra la dictadura. Tanto el triunfo de las fuerzas democráticas en el plebiscito de 1988 como en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1989 estuvieron cargadas de la mística surgida de la lucha contra una dictadura feroz que sumió en el terror durante casi 17 años a nuestro país. Comenzaba entonces el largo proceso de transición a la democracia.
Pocos en ese momento fueron capaces de prever en aquellos tiempos que de acuerdo a la nueva Constitución de 1980 el dictador permanecería como Comandante en Jefe del Ejército para luego hacerse designar como senador vitalicio en 1998. La figura de Augusto Pinochet permanecería en la palestra pública hasta su detención en Londres octubre de 1998. Si bien muchos esperaban una evolución de la derecha política a través del partido que aparecía como menos ligado al régimen militar, Renovación Nacional, rápidamente fue posible percibir que al interior de éste existían lealtades con la dictadura que impidieron avanzar rápidamente hacia una democracia verdaderamente representativa. Así fracasaron una y otra vez las reformas constitucionales aprobadas recién el año 2005 durante el gobierno de Ricardo Lagos. Sin embargo, el gran candado del modelo político-económico que constituye el sistema electoral binominal permanecerá hasta hoy tal como se formuló en dictadura ante la oposición sistemática de los partidos conservadores.
Mucho tiempo ha transcurrido y ese sentimiento de gesta heroica que tiñera esos primeros ejercicios de soberanía popular pareciera ausente. Sin embargo, las elecciones de este domingo son tan importantes como aquellas que recordamos con nostalgia.
Efectivamente una vez más los chilenos nos encontramos ante dos opciones claramente distinguibles. Por un lado la candidatura de la derecha, representada por un empresario multi-millonario Sebastián Piñera, militante histórico de Renovación Nacional. Aquel partido que en su momento encarnó los deseos de una derecha no pinochetista, liberal y democrática y que ha decepcionado una y otra vez a los demócratas. Sebastián Piñera como tantos otros aprovechó el ambiente de desregulación y privatizaciones irregulares de la dictadura. Al regreso de la democracia fue senador por Santiago Poniente representando a ese partido entre 1990 y 1998. Durante su mandato presentó 45 mociones resultando 1 aprobada, 1 encontrada inadmisible, 35 archivadas, 7 rechazadas y una retirada, siendo esta última un proyecto de ley para extender hasta el último día del gobierno de Augusto Pinochet (11 de marzo de 1990) la amnistía concedida a los autores de violaciones a los Derechos Humanos y otros delitos políticos (Boletín 1622-07, Sistema de Tramitación de Proyectos del Congreso Nacional de Chile, 6 de junio de 1995). Sin embargo, Piñera se presenta como el candidato de una "nueva" derecha liberal, respetuosa de los derechos humanos, inclusiva e incluso progresista. Pese a que el partido mayoritario de la derecha en el Parlamento a partir de marzo (45 diputados) será la UDI el partido conservador y católico, heredero del gremialismo y surgido al alero de la dictadura. Pero en la guerra y la política, todo vale. Así el candidato de la Coalición por el Cambio se presenta como partidario de la píldora del día después, de los pactos civiles entre homosexuales, de las políticas de protección social de la Presidenta Bachelet, etc, etc. En definitiva un discurso en abierta contradicción con el desempeño de los partidos de derecha en el Congreso y en directa colisión con el discurso de la UDI. Esto se debe a que Piñera y sus asesores entienden que la mayoría de los chilenos no se inclinan por la derecha. Al contrario, según el Latinobarómetro el electorado chileno ha evolucionado sistemáticamente desde mediados de los 90's hacia la izquierda.
¿Porqué entonces y a pesar de la popularidad récord de la Presidenta Bachelet nos enfrentamos a una de las elecciones más reñidas de los últimos tiempos?
Son varios los factores que influyen, primero un natural desgaste en una coalición que lleva veinte años en el poder. Vicios y errores derivados de estas circunstancias. Partidos políticos que adolecen de importantes déficits en materia de democracia interna, participación, transparencia, etc. Cansancio de la ciudadanía ante los mismos rostros de esa generación que comenzó su carrera política previa al golpe de estado de 1973 y que asumió la cuasi totalidad de la responsabilidad al término de la dictadura.
Junto a ello el contraste entre una Presidenta con un perfil poco tradicional: mujer, socialista, agnóstica y divorciada. Un liderazgo excepcional reconocido por su carisma e inteligencia emocional. Frente a él Eduardo Frei un candidato poco carismático, que ya desempeñó el cargo en un período económicamente difícil -crisis asiática- que implementó políticas liberales con un sesgo tecnocrático y que puso poco énfasis en los avances político-culturales e institucionales. Sin embargo, se le reconoce como un hombre honesto y esforzado -que luchó contra todos los factores por alcanzar la representación de la centroizquierda cuando otros que parecían con mayores posibilidades se retiraron aun antes de la primera batalla electoral- y cuyo gobierno más allá de las críticas mencionadas tuvo un sesgo modernizador. Mencionaré sólo algunos aspectos relevantes: Primero, la reforma procesal penal que constituyó una revolución en materia de justicia criminal en nuestro país. Pasando de un sistema inquisitivo y secreto a un sistema oral y público con un claro sesgo garantista (más allá de las últimas reformas auspiciadas por la derecha); la Ley de Filiación que otorgó los mismos derechos a todos los hijos e hijas sin importar si nacieron fuera o dentro del matrimonio; la Jornada escolar Completa; el ingreso de Chile a la APEC y la firma de TLC's con las principales economías del mundo y los acuerdos limítrofes con Argentina y Perú que zanjaron las últimas controversias pendientes desde la dictadura.
Sin embargo, creo que no puede entenderse claramente la etapa del proceso político en el que nos encontramos sin atender a la evolución posterior en materia político-cultural ocurrida a partir del gobierno de Ricardo Lagos y en particular en el gobierno de la Presidenta Bachelet y su red de protección social. Precisamente, son cada vez más los chilenos y chilenas que demandan un mayor esfuerzo por parte del Estado y de la sociedad en su conjunto para avanzar hacia un país con menores grados de desigualdad, con más acceso a la justicia, con educación pública de calidad, con una economía respetuosa del medioambiente, con una legislación laboral más protectora del trabajador y que quisieran un nuevo marco político, es decir una nueva Carta Fundamental, democrática y neutral que permita encausar institucionalmente -con pleno respeto a los derechos de todos- estas demandas. Este domingo más allá de los discursos sólo hay una candidatura que encarna estas aspiraciones legítimas que no se remontan ni siquiera a los últimos veinte años en que dejamos atrás la larga noche la dictadura, sino que se encaminan en el esfuerzo convergente de varias generaciones que en su momento lucharon por construir un país más justo para todos sus hijos e hijas.
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