lunes, septiembre 18, 2006

Moral acomodaticia

El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 17 de septiembre de 2006


JOSÉ ZALAQUETT

Mi primer atisbo de lo que puede ser una moral acomodaticia lo tuve a los catorce años, mientras escuchaba misa. El sermón versaba sobre la advertencia de Cristo de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos. Nadie ha dicho que el Evangelio sea cómodo, pero el predicador lo hizo más digerible para quienes pudieran sentirse interpelados por el severo pasaje. El problema, explicó, no consiste en ser rico, sino en estar "apegado a la riqueza", mientras yo hacía sinceros esfuerzos adolescentes por imaginar a alguien capaz de incrementar su fortuna con desapego. Confieso que ahora, medio siglo más tarde, los gestos de desprendimiento parcial, pero significativo, de los hiper-millonarios Bill Gates y Warren Buffett, me han aclarado un tanto el dilema.

La prédica continuaba con otra información tranquilizadora: El ojo de la aguja no es loque todos imaginamos, sino una especie de puerta pequeña que había en los muros de las ciudades en los tiempos de Cristo. Difícil de trasponer para un camello, pero no imposible.

Antes de seguir, valgan algunas aclaraciones: primero, puede ser las interpretaciones mencionadas tengan sustento textual e histórico, aunque todavía pienso que exhalan un humo de acomodo; segundo, es obvio que no todo lo que los mandatos del Evangelio parecen implicar sobre altruismo, sería factible económicamente como camino para la superación de la pobreza; tercero, espero que resulte evidente que no pretendo ironizar sobre textos sagrados, sino sobre quienes procuran ajustar sus mandatos éticos a sus intereses personales.

Luego de esta introducción, concentremos en los temas de hoy. Sobre materias "valóricas" tales como la crisis de la familia tradicional, la sexualidad adolescente o la desigualdad, podemos y debemos debatir con seriedad en otras ocasiones. Lo que me interesa destacar en esta oportunidad es un punto previo sobre las actitudes de acomodo moral: muchos de quienes participan enérgicamente en estos debates son renuentes a reconocer que las condiciones de la vida moderna que contribuyen a generar las situaciones que ellos lamentan, son las mismas que les han permitido construir su situación de bienestar o privilegio. Por tanto, las transformaciones que serían necesarias para enfrentar de veras lo que les preocupa, terminarían por alterar radicalmente las bases de un estilo de vida al que no están dispuestos a renunciar. Claro que dicho estilo de vida se encuentra debidamente encapsulado dentro de un capullo de oro que alimenta la consoladora ilusión de que los males que se deploran son cosa de extramuros, de un estado de barbarie que comienza allí donde terminan los confines del gueto dorado.

Como pretexto para sostener esta contradicción se suele recurrir a una distinción moral de alcurnia escolástica: que el pecado de acción es, por lo general, peor que el de omisión; esto es, que hacer un mal es más grave que no hacer un bien. Por tanto, quienes se resisten, por propia conveniencia, a cambiar un estado de cosas que contiene potentes estímulos para que otros "obren mal", tendrían una responsabilidad más tenue. En cambio, sería más reprochable la conducta de esos "otros", quienes haciendo uso indebido de su "libre albedrío", no supieron resistir las fortísimas condicionantes del tipo de sociedad en que viven. En suma, son los chanchos los principales responsables y quienes controlan el negocio del afrecho se la llevan, si no gratis, barata. Muy cómodo

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