Entrevista a Patricio Bañados: “En el plebiscito del 88 ganó el Sí”
escrito por Felipe Portales y Jennifer Abate
sábado, 13 de octubre de 2007
Santiago.- Patricio Bañados, conductor de la Franja del NO en el plebiscito del 88, increpa a la Concertación y llega decir, incluso, que “aunque parezca increíble, luego de la llegada al gobierno de la Concertación (y digo gobierno, porque al poder no llegó) sus dirigentes me empezaron a ver como una molestia porque yo era un desagradable recuerdo de que alguna vez los compadres con los que ahora salían abrazados en las páginas sociales de El Mercurio eran sus enemigos, se suponía. Ahora no; eran todos amigos. Pinochet, de dictador sangriento, había pasado a ser una especie de abuelito de Heidi, de viejito de Pascua. Un abuelo bondadoso que, en palabras del propio Aylwin, ayudó mucho a la democracia”.
- Muchos analistas sostienen que el triunfo del No en el plebiscito, si bien significó la derrota de Pinochet, no lo fue para su obra económica, social y cultural que se mantendría hasta el día de hoy. ¿No será esa la explicación de lo que usted tantas veces ha señalado: que el haber sido el símbolo televisivo de tal campaña le produjo, paradójicamente, un grave daño en su posterior carrera profesional?
Me gustaría puntualizar que en el plebiscito del 88 ganó el Sí. Hubo más gente que votó que No, pero ganó el Sí. No sospechábamos que había un acuerdo, aparentemente previo, del cual no teníamos conocimiento y que ni siquiera podemos certificar ahora. Un acuerdo para que nada cambiara, o sea, el “gatopardo”: que las cosas cambien para que todo pueda seguir igual.
El hecho de haber sido la cara visible de la Franja del No me significó en el momento amenazas de muerte para mí y mis hijas de 14 y 16 años. “Sabemos la hora que sales del colegio”, eran el tipo de llamadas telefónicas que recibieron. Para qué decir las que recibí yo. Pero lo que puede parecer increíble es que, por lo menos, durante 10 años fui agredido innumerables veces; aunque siempre “a la chilena”, de manera cobarde. Agresiones solapadas a mí o a mis propiedades.
(Para la Concertación) yo era una molestia. Se usó mi antecedente de haber intervenido en la franja del No, y posteriormente en la Franja de Aylwin, para tener el argumento de que yo estaba minusvalorado publicitariamente y, por lo tanto, podían pagarme mucho menos que al resto en Televisión Nacional. Así lo pensó Carcuro que me dijo: “Tú debes estar ganando cinco millones de pesos”. Yo le dije: “No alcanzo a llegar al millón y medio”. Literalmente, se le abrió la boca y me dijo “pero te están estafando”. O sea que la Concertación utilizó el hecho de que yo hubiera colaborado a que ella llegara donde llegó, como un elemento para pagarme menos y para mantenerme siempre en un discreto segundo plano en Televisión Nacional.
-Es sabido que en TVN, luego del ‘90, persiste una fuerte autocensura. ¿Cuáles fueron sus experiencias fundamentales en este ámbito?
Llegué a Televisión Nacional en agosto de 1990, porque me llamó Eduardo Tironi, que había sido designado gerente de Programación y me dijo que me hiciera cargo del área cultural. Pero rápidamente me di cuenta de que me mandaban cachos, porque cualquier idea que yo proponía era rechazada. Propuse, por ejemplo, que se me entregara toda la tarde del sábado para hacer una serie de programas de contenido. Me dijeron que no.
Descubrí que no había ningún interés en el desarrollo de una televisión que le diera importancia a lo cultural. Además, al ver lo que estaba sucediendo en el país, percibí que no había el menor interés en cambiar la televisión en general. La idea era que la televisión siguiera siendo lo mismo, es decir, un elemento de distracción, más o menos frívolo, sin ninguna orientación.
A Pinochet no se lo tocaba; a los detenidos-desaparecidos tampoco. Eran temas tabú, no existían. Si a Pinochet no lo pescan los ingleses, yo creo que se muere con toda clase de honores en este país; y la tortura y las maldades no existen. Esa fue la parte mía. Yo no estaba en prensa, que es donde la cosa es más dura, porque ahí sí que tú llegas todos los días con la noticia y yo me imagino que les dirían que no, pero yo no me metía más en eso.
-¿Y los programas eran sometidos a una suerte de revisión previa, sistemáticamente?
El Mirador, por ejemplo, representó un intento de revertir la situación de autocensura y, ciertamente, abrió algunos espacios. Me acuerdo que en el programa presentamos, por primera vez, una pareja de homosexuales en Canadá. Así se mostraron varios temas. Pero sí eran sometidos a una revisión previa. Me acuerdo de un teólogo español que me dijo en una entrevista que en la Iglesia Católica, en primer lugar, el matrimonio no siempre fue un sacramento, que se convirtió en ello, para darle más categoría e institucionalidad; y que el aborto no siempre estuvo penado por la Iglesia Católica. Este tipo de cosas no iban.
-¿Cuál es la importancia que le asigna, en la construcción de sociedades democráticas, a los programas que agrupa bajo la etiqueta “cultural”?
Empezaría por decir que aquí se ha metido bajo este concepto a los programas de contenido. Lo que interesa en la televisión es tener por lo menos una parte de su programación con algún contenido significativo para la sociedad a la cual está transmitiendo, que no tiene que ser necesariamente cultural en el sentido que habitualmente se entiende, es decir, como arte o conocimiento de la historia.
Cuando yo llegué a Holanda, en 1963, en Chile ya había tres canales; en Holanda, uno. Este era ya uno de los países más ricos del mundo. Y transmitía, más o menos, desde las seis hasta las diez de la noche. Pues bien, allí en Holanda, a las 9 de la noche había clases de inglés por televisión, porque entendían que son un país pequeño, bastante aislado por un idioma hermético. Entonces, consideraban imprescindible que su población aprendiera inglés. Si tú dices eso aquí, te dicen “bueno, pero es que esos son los holandeses, los nórdicos”. O sea, me están diciendo que somos inferiores en inteligencia respecto de los europeos. En definitiva, que nosotros somos una tropa de imbéciles. Ese es el desprecio que tienen nuestras clases dirigentes hacia el pueblo chileno.
Yo encuentro que el desperdicio que se ha hecho aquí de la televisión pública es de tal magnitud, ¡qué la única palabra que se me ocurre para calificarlo es de criminal! ¡Tener un Instrumento como ése y usarlo para lo que lo usamos, es criminal! Luego te salen con que en el cable hay programas buenos. Efectivamente, en el cable hay programas muy buenos, pero éste lo tiene sólo la gente que tiene dinero. Entonces, otra vez estamos agrandando la brecha. Y la muchachita allá de provincia, lo único que ve es que hay que estar zangoloteándose a las seis de la tarde.
-¿Esto podría explicar por qué el autofinanciamiento es la regla de oro de TVN?
Claro, no deja de ser divertido que Televisión Nacional sea un ejemplo de televisión pública porque se autofinancia y para autofinanciarse no tenga nada de televisión pública. Es un chiste. Pero, además, es una mentira. Canal 13 acaba de hacer unos documentales sobre O’Higgins, Carrera y Rodríguez. El mismo Mirador llegó a tener 35 puntos. Entonces, hay mucho de mito en torno a esto. El programa de los hermanos Gedda, Al Sur del Mundo y La Tierra en que Vivimos han tenido también muy buena sintonía. Entonces, lo que pasa es que constantemente se está comparando un programa en el que se meten 200 millones de pesos, con uno en el que se gastan cinco. Así, por cierto, no hay comparación.
-¿Por qué cree usted que no se fomenta una televisión con visión de país? ¿Tal vez por una percepción diferente de lo que debería ser la televisión pública?
Me parece que se debe a que hay una gran cantidad de gente, tal vez una generación formada o que venía de antes, que no tiene conceptos éticos respecto del bien común. Desgraciadamente, hay mucha gente que está educada en otra cosa: en donde lo que hay que hacer es triunfar a toda costa, comerse al del lado, pisarlo. No tienen otro norte, no son patriotas en el verdadero sentido. Claro que si les preguntas por la bandera chilena van a decir que es la más bonita, que la canción nacional y todas esas tonterías, pero no tienen un sentido profundo de la patria como comunidad de destino.
El otro motivo es que hacer programas con contenido y bien pensados es mucho más difícil que realizar programas faranduleros. No porque se requiera más dinero sino porque necesitan mucha más inteligencia y creatividad. Porque insisto, no es televisión tener a un profesor de historia hablando una hora acerca de Diego Portales. Claro, es mucho más fácil llevar a un programa a un buen cómico, como Coco Legrand, que es fantástico, y a un par de mujeres estupendas y tener éxito. Mucho más difícil es lo otro. Entonces, se van por el camino fácil.
-Lo otro que llama la atención es la ausencia de debate sobre temas de interés público en televisión. Incluso hay programas que tuvieron éxito en su momento, como La manzana de la discordia, de Manuela Gumucio y que parece que asustaban porque eran “conflictivos”. También es impresionante que la generalidad de las teleseries son abstractas y atemporales, sin contexto histórico o político, sin conflictos sociales o institucionales.
Está todo ahí en una burbuja. No existen los problemas contemporáneos. Tampoco existe debate ni sobre materias políticas, que sería perfectamente legítimo, ni sobre tantas otras cuestiones de la sociedad que merecen una discusión.
-Por ejemplo, sobre el Transantiago no ha habido ni un solo foro…
Cuando se iban a cambiar las monedas nacionales por el euro en Europa, durante un año, hicieron un microprograma a las 9 de la noche explicándole a la gente el cambio que venía. Y fíjense que era nada más que el cambio del florín al euro. Aquí, antes del Transantiago, no se hizo un programa que dijera: “Momento, a partir de tal fecha…”.
-¿Qué le parece que una de las justificaciones para que TVN se autodenomine canal público es que cuotee su directorio y le dé la misma cantidad de tiempo en los noticiarios y en las campañas a la Concertación y la Alianza?
Esas son tonterías. La constitución del Consejo Directivo de Televisión Nacional es un disparate. Tres de un lado, tres del otro. ¿Dónde están los representantes del ámbito intelectual del país; de los científicos; del mismo sector empresarial; del sector laboral, que no lo quieren representar en ninguna parte; y de los mismos trabajadores de la televisión? Y cuando hubo gente que se interesó, como Faride Zerán y Nissim Sharim, surgieron grandes reclamos y los echaron antes de tiempo, porque estaban cumpliendo con su tarea. Y luego se preocupan de cuántos minutos le dan a un candidato y cuántos al otro. Si eso no importa nada.
-Además de lo que ha señalado, respecto de las inmensas posibilidades de capacitación que puede brindar una televisión pública, ¿qué otros temas ausentes promovería?
Por ejemplo, cuando estuve en TVN presenté una vez un proyecto de un programa para mayores de cincuenta años. Desde luego, me contestaron que agradecían mucho mi interés, pero que me fuera a la cresta, en otras palabras. Resulta que en Estados Unidos están creando un canal para mayores de cincuenta años, que son un grupo etario que crece cada vez más en proporción a la población, en todo el mundo. En relación con programas artísticos, recuerdo uno que hacía Nemesio Antúnez: Ojo con el Arte. En él se recibían dibujos de los niños de todo el país y Antúnez, que además de inteligente era muy simpático, los presentaba en forma atractiva. Imagínense al chicoco botado en Paillaco a quien, de repente, le muestran su dibujo en colores y que además le dicen: “está muy bien, usted ocupó muy bien el espacio, el color…”. Ese muchacho se va a interesar en pintar.
Por último, ustedes saben que en la educación a lo que uno puede aspirar es a tocar una mente de vez en cuando. De este modo, se podrían hacer concursos sobre música, literatura, personajes históricos y sobre tantos otros temas relevantes, que proporcionarían distracción, educación y cultura a la vez. Pero para esto hay que ser creativo, cualidad generalmente desterrada en la televisión chilena actual.
-¿Le parece que tal vez uno de los pecados de aquellos interesados en una televisión de contenido ha sido no saber integrarse a un esquema de televisión masivo y no apelar a cuestiones que le puedan resultar entretenidas a la gente?
La verdad es que el espacio que se les ha concedido es tan mínimo, por no decir inexistente, que no se les podría hacer ese cargo; porque jamás han tenido una acogida verdadera. Nunca se ha invitado a la Academia Chilena de la Lengua o a cualquier otro organismo para preguntarle qué es lo que le parecería… Jamás. No los toman en cuenta, los ignoran.
Lo que sí es cierto es que cuando tú haces un programa más serio, de más contenido, supongamos la vida de 0’Higgins, el intelectual que te “pilla” en algún errorcito se siente muy contento de poder destacarse criticando ese programa. He tenido muchas veces esa experiencia al hacer programas culturales, recibiendo un “castigo” en lugar de un aporte positivo destinado a mejorarlo.
-¿Qué otro elemento considera esencial en una televisión pública?
Yo veo como fundamental una conexión constante, de ida y vuelta, de la televisión pública con muchos estamentos de la sociedad. Que se sintieran acogidos por la televisión, que supieran que esa es su televisión.
También la televisión pública debería ser una formadora de profesionales: traer de todos los extremos del país muchachos que estén estudiando Periodismo o Realización para que hagan un perfeccionamiento. Eso, en presupuestos de la televisión, no es nada: que estén un mes en Santiago, que estén en contacto con la gente, que conozcan a las grandes figuras de la televisión, a los directores, que vean cómo se trabaja.
Los partidos políticos. ¿Por qué los partidos políticos no pueden tener, por orden, unos diez minutos una vez a la semana, para explicar su postura?
-¿Cree que una televisión pública se complementaría mucho mejor con otros emisores; organizaciones o actores sociales, más que con grandes grupos económicos?
Justamente. Una televisión pública debería recoger exactamente eso, porque los grupos económicos están representados, de partida, en la propiedad de los medios y luego, a través del auspicio, decidiendo lo que se da y lo que no se da. En cambio, ¿qué expresión tiene en la televisión el movimiento obrero chileno? O los pobladores, como les llaman ahora. Qué medio de expresión tienen, fuera de que les ponen de repente el micrófono y ahí de se hacen oír un poco. No existen para la televisión chilena los dirigentes sociales, sindicales e indígenas. Tampoco se representa a la gente de provincia: ¿qué es ser del norte? ¿Cuáles son sus problemas específicos?; ¿cuál es la realidad actual de los campesinos o de los mineros chilenos?; ¿cómo viven nuestros compatriotas del extremo sur?, etc.
-¿Alguna otra reflexión…?
Lamento que mi experiencia, así como la de muchos otros, no sea considerada para nada en la televisión pública actual. Aylwin dijo, a los dos años, “la transición ha terminado”. ¡Ha terminado! Con los asesinos caminando por la calle, mientras los periodistas que habíamos luchado teníamos que escondernos; con Pinochet como comandante en jefe del Ejército; con la misma Constitución; con tribunales militares juzgando a civiles. Es que en realidad lo único que ellos querían era estar “ahí”, cosa que a mí personalmente me importaba un pito. Yo he trabajado en muy buenos puestos en el extranjero, lo que me ha dejado un buen pasar. Así que no hablo desde la herida. Lo único que quería era que cambiara este modelo económico, que lo proclaman como un éxito. ¿Cómo puede proclamarse como exitoso un modelo que crea una de las diferencias más grandes en el mundo entre los que tienen y los que no tienen?
Entrevista publicada originalmente en el Instituto de la Comunicación y la Imagen (ICEI) de la Universidad de Chile. Cedida a Clarín por sus autores.
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